viernes, 6 de diciembre de 2013

Capítulos 13, 14, 15

                                                       Capítulo 13: El Barrizal


Mercurita llega a El Barrizal, pero le cuesta encontrar la puerta de entrada


   Tras comer y recuperar fuerzas en lo alto de un monte, Mercurita alzó el vuelo. El río Negro era su guía. Siempre, adelante. En cuanto estuviera detrás de ella, se elevaría más, para localizar una superficie grande con edificios que parecieran un colegio. Divisó numerosos campos de cultivo y alguna que otra finca que la confundieron.
“No tiene patio de recreo. Además, tiene dos casas grandes pero no tiene clases. No puede ser un colegio”. Pensó al observar una de las fincas.
Recordó un hechizo llamado “Detector Mágico” que una vez lanzado detecta las zonas por donde había pasado recientemente un mago o se había activado un hechizo. Pero era un conjuro de corta distancia y desde el aire no le iba a ser de mucha utilidad. El trayecto era largo, y si lo lanzaba, se cansaría muy pronto. También tenía algo de sueño.
Ya llevaba largo tiempo volando, cuando divisó una gran superficie llena de flores ¿Un cementerio, quizás? Tuvo que dar varias vueltas para asegurarse de que no lo era ¿Entonces, qué podría ser? Era demasiado elegante para ser una escuela de hadas. Le pareció muy distinta a la suya, cuya austera puerta de acceso, le recordaba a la entrada de una cárcel.
De todas maneras, la curiosidad picaba a Mercurita. No solo eso, sino que ya empezaba a oscurecer. Fuera lo que fuera, no pensaba que hubiera ningún inconveniente en preguntar. Así que, descendió. Muy mala suerte habría de tener para pasar una noche en un pueblo encantado y la siguiente en un cementerio.
No veía ninguna puerta de entrada ¿O tal vez, la tapaban, las numerosas flores? Se dio cuenta de que esa era la parte de atrás. No se atrevió a saltar la hermosa tapia de ladrillo, por temor a que la tomaran por una ladrona. Dio un rodeo mientras miraba hacia adentro, por si veía a alguien. Se asomó a la tapia y vio a una mujer, vestida de negro, con gafas y pelo rubio. Debía tener treinta y cinco años. Mercurita la llamó.
—¡Disculpe! ¿Es ésta la escuela de hadas, conocida como “El Barrizal”?
La mujer se echó a reír.
—Sí, pequeña, ésta es. Pero pronto le cambiaremos de nombre, que ese ya no es el adecuado para éstos tiempos.
—Desde luego. Hay tantas flores que merecería llamarse “El Vivero”.
—Pues, sí. Es un buen nombre. Dime, muchachita ¿Qué es lo que quieres?
La niña le explicó el motivo de su viaje. La amable mujer era una profesora de costura, que estaba de guardia ese día. Su nombre era “Ava Agrin”.
—Me siento encantada de que nos visite una hadita de otra escuela. Florenia no está aquí, pero entra. Da la vuelta y seguiremos hablando.
Mercurita tardó un rato en llegar a la entrada. Era una estrecha avenida de arcos metálicos adornados con flores. La puerta estaba abierta. Cuando encontró a Ava, se llevó un susto. Un hombre con una escoba estaba junto a ella. Al verla con cara de miedo, la profesora exclamó:
—¿Te pasa, algo?
—Pues…al ver a ese hombre con la escoba me creí que era Herdo, el antipático portero de mi escuela.
Ambos se echaron a reír. El aludido se presentó afablemente.
—¡Ja, ja, ja! No, no soy Herdo. Mi nombre es “Angot Falan”. Soy el portero y jardinero de la escuela. No me considero antipático.
—Nuestro querido Angot es muy servicial. Fíjate como está quedando el colegio. Dijo Ava con orgullo.
—Sinceramente…me hablaron muy mal de éste centro. O por lo menos tenía muy mala fama cuando ingresó Florenia.
—Eso era antes. Al año siguiente de entrar tu amiga cambiamos de directora e hizo “limpieza”. No dejó pasar ni una falta a la gentuza que se apuntaba a la escuela porque no tenía nada que hacer o simplemente para ver si tenía suerte y se sacaba un título. Tuvimos que soportar mucho pero solo fue un año. Luego la directora habló con el barón Amaxo para que nos subvencionara la escuela. Este se lo dijo a todos los nobles de su región, y en muy poco tiempo hemos conseguido sentirnos orgullosos de los resultados. Eso de “Barrizal”, ya ha quedado obsoleto. Y no solo vienen aquí los hijos de los nobles, sino de todas las clases sociales. De hecho, está prohibido a los alumnos, decir en voz alta su categoría social.
—Sí, esa norma también la respetamos en mi escuela. Otra pregunta ¿Hay hados aquí?
—Muy pocos. Los hombres pierden la paciencia muy pronto. Eso influye negativamente en sus notas. Acaban por perder el interés, y la mayoría, deja los estudios.
—¡Ah! Lo mismo que en mi centro. Pero creo que no tenemos clases de costura. Al menos, las niñas.
Ava le pidió a Mercurita, que entrara a conocer a las internas y merendara con ellas.
—Será un honor ¿Tiene idea de dónde pueda estar Florenia?
—Sé que está de prácticas en un poblado. Pero desconozco en cuál de ellos.
—Si está cerca, iré a visitarla.
—Tal vez no puedas. Están muy ocupados ayudando a los desfavorecidos.


Una profesora le da la bienvenida

Las alumnas, al verla con su uniforme, se pusieron en posición de firme. Una de ellas le hizo un burlón saludo militar.
—¿Alguna orden, mi capitana?
—¡Ja, ja, ja! ¿A qué viene esa forma de recibirme?
La alumna de unos catorce años se llamaba “Teiran Gainka”. Era morena, con el pelo rizado. Decía que la escuela “El Roble Dorado” tenía fama de ser una escuela de hadas guerreras…o brujas, ya que la guerra no entraba dentro del servicio de un hada pero de una bruja, sí. Mercurita, no queriendo dejar en mal lugar a sus compañeras, exclamó:
—Te equivocas. El único servicio que hacen las hadas mayores es vigilar la entrada de la ciudad, ayudando a La Guardia ¿No hacéis vosotras lo mismo?
—¡No! Las guardias son para los militares. Si piensas que estoy diciendo una mentira o exagerando sobre tu escuela, espérate unos meses y verás.
—No te entiendo.
—Cuando empieces el curso comprobarás si tengo razón o no. Dijo Teiran, enigmáticamente.
Mercurita se encogió de hombros.
Tras la merienda se puso a jugar a las cartas, y la invitaron a la cena. En el comedor llamó la atención, no solo por ser la más joven, sino también por su vestimenta.


Las hadas se ponen a charlar con Mercurita

—Me gusta tu uniforme celeste turquesa pero el rosa es más femenino. Dijo Teiran.
Mercurita volvió a preguntar dónde estaba Florenia. Teiran sabía la respuesta.
—Está sirviendo en una colonia de refugiados, en una ciudad que se llama Garklan, que fue arrasada por tus parientes los loitinos. Ya no se llama Florenia sino “Oceania”.
—Lo sé. Ella me lo dijo ¿Me dejarán verla? Dijo la hadita, algo seria por la insinuación de la pícara Teiran.
—Te dije que era muy improbable. Además, el trayecto es un poco largo, y apenas te dejarán hablar con ella durante unos cuantos minutos ¿Vale la pena el viaje? Dijo Ava.
—¿Por qué, no? Es una amiga.
—Porque te podrías perder. De vez en cuando, algún que otro dragón procedente de Antea, nos visita. Te puedes cruzar con uno. Me temo, que no sabrías como librarte de él. Dijo Teiran, burlona.
—Florenia me dijo que volando alto. Eso se me da bien.
—Seguro que no vuelas lo suficientemente alto. La altura para despistar a un dragón, te hará estremecer. Notas que te asfixias pero debes seguir elevándote y controlando los nervios porque si no, estarás perdida. El truco consiste en que el dragón los pierda, antes que tú. Debes ir con los brazos estirados hacia atrás, todo el tiempo. Ganarás velocidad y el dragón aleteará furioso para cogerte. Pero no le servirá de mucho, ya que sus alas no fueron hechas para volar a gran altitud. Claro que, si te pones nerviosa y lo haces mal ¡Te comerá!
—Pronto será de noche. Creo que la cama nº 61 está libre. Si quieres, puedes quedarte durante unos días, pero no te hagas ilusiones con respecto a visitar a tu amiga.
La hadita no dijo nada. Teiran, sonrió.
—Ava, creo que será mejor que le enseñemos a desplazarse en el aire para que pueda defenderse en caso de apuros. No te quepa duda de que es muy cabezota e intentará visitar a Oceania por su cuenta. Si ha sido capaz de venir sola y dormir en un pueblo encantado, seguramente se sentirá también capaz de hacer lo otro.
—Sí, tal vez, tengas razón. Será mejor que la acompañe alguna de nosotras. No quiero que le pase nada malo.
Mercurita estuvo tres días con las internas, visitando la escuela y aprendiendo a volar con soltura. Al principio le costaba un gran trabajo. Teiran la ayudaba mucho.
—Así, es. Vas aprendiendo ¡No, no mires atrás! Eso hará que pierdas empuje e incluso puedes desmayarte de ver al dragón pisarte los talones.
—¿Y no hay otra forma de librarse de ellos?
—Sí, pero ha de ser entre varias hadas que estén perfectamente coordinadas. Consiste en volar en círculo a su alrededor. Se pondrá furioso y querrá atraparlas. Eso le obligará a girar, bruscamente, una y otra vez. Acabará agotado y desistirá. Sin embargo, eso no es muy efectivo con los bien entrenados dragones de guerra. Sus conductores no les permitirán que caigan en una trampa así. Si tuvieras el nivel suficiente para usar el hechizo “Rayo” podrías hacerles mucho daño. Pero al mismo tiempo, te restaría fuerza para seguir volando. Todo depende de tu experiencia mágica.
—He oído decir que los dragones hablan ¿Es cierto?
—Los que han estado en contacto con las personas desde muy pequeños, sí. Los dragones salvajes, no, a menos que les haya enseñado un dragón de guerra.
La traviesa hada se llevaba bien con las hadas del Barrizal. No sabía si era su imaginación, pero presentía que Florenia no les caía bien por algún motivo. Sobre todo a Teiran.
Al cuarto día, diez de las internas se presentaron voluntarias para acompañarla. Estaban un poco hartas de estar en la escuela, y decidieron que un paseíto no les vendría mal. Teiran era la mayor de ellas. Ava no pudo ocultar su preocupación.
—¿Sucederá algo durante el camino?
—¿Qué va a suceder? Están bien enseñadas.
—¿Y los dragones?
—Hay muy pocas probabilidades de encontrarnos con alguno, y si tal cosa ocurriera, estaría muy cansado del largo trayecto recorrido desde Antea.
Diez hadas vestidas de rosa y blanco y una de celeste turquesa se prepararon para volar.
—Creo que iríamos mucho mejor en una barca mágica. Dijo una de las hadas.
Mercurita le preguntó qué era eso. Teiran respondió:
—Acercaos a mí y cogeos por vuestras manos. Tú, mira con atención cómo se hace, que éste hechizo no lo conoces.
Entonces, exclamaron al unísono:
—¡Una, dos, tres! ¡Barca mágica!
Se formó un resplandor delante de ellas. Una barca con el fondo plano y unas pequeñas alas en la popa fue tomando forma.
—Vamos, subid. Cabemos todas. Este hechizo gasta más energía de lo normal. Por ello, no es aconsejable que se use para transportar a una sola persona.
—O sea, que la energía de las hadas es el combustible que la hace volar ¿No es así?
—Sí, señorita. Así, es. Cuantas más personas seamos, menos nos cansaremos. Los pasajeros sean o no, magos o hadas, ceden también parte de su energía para la barca.
—¿Y si viene un dragón?
—Este es un transporte lento y no serviría para luchar contra él. Así que, nos bajaremos todas, y haremos lo que te he dicho antes. Si eso ocurriera, no te separes de mí.
—Comprendido. Exclamó Mercurita.


Volando en una barca mágica

Al cabo de un rato empezó a oscurecerse el cielo. No sería un dragón sino la lluvia, la amenaza más inmediata.
—¡Vaya! Lo que nos faltaba. Como llueva con mucha fuerza, no vamos a ver nada, y nos perderemos.
—Entonces, será mucho mejor que volemos bajito. Dijo Teiran mientras movía la palanca del timón.
Pese a que el tiempo no parecía decidirse por la lluvia, era evidente el nerviosismo de las hadas.
—¡Mira que llover en verano!
—Sí, qué raro. Alguien parece traernos mala suerte. Dijo una de las hadas en tono burlón.
—¡Eh! A mí no me miréis. Dijo Mercurita, algo molesta.
—¿A quién si no, vamos a mirar? Hace poco dormiste en Ribera Azul y no te diste cuenta hasta el amanecer. Eso te hace sospechosa de ser gafe. Dijo Teiran, sonriente.
Al ver que Mercurita estaba seria y no respondía, se disculpó a su manera.


Mercurita habla con Teiran mientras mira el paisaje

—Venga, vale. Lo he dicho de broma.
De pronto, vieron un luminoso y azulado relámpago hacia el oeste. Las hadas se pusieron a gritar. A los pocos segundos, el sonido del trueno les puso los nervios a flor de piel.
—¿A qué viene tanto miedo? Esos rayos están cayendo en Antea. Esa tormenta está muy alejada de nosotras.
—Es que ver esos rayos tan de cerca impresiona mucho. Es un espectáculo bello y aterrador a la vez. Dijo Mercurita.
—Es cierto. Momentos como éstos hay que aprovecharlos, porque no se repiten tan a menudo, como quisiéramos. Exclamó Teiran, igualmente impresionada.
Abajo pudieron divisar una enorme explanada llena de casas, chozas dispersas y una parte desigual de campo cultivado. La barca comenzó a descender.
—Ahí es. Cuando yo os lo diga, saltad y continuad volando durante el resto del trayecto.
La indecisa Mercurita no comprendió por qué debían saltar.
—El aterrizaje puede ser muy brusco y podríamos sufrir algún daño. Es preferible que cada una de nosotras descienda, usando sus propias habilidades. Sabemos volar en barcas pero no, aterrizar con ellas. Hace falta mucha precisión. Eso, aún no nos lo han enseñado. Como no traemos mercancías pesadas, tampoco nos hace falta.
Entonces, saltó ella también. Ahora comprendía por qué la escoba de Herdo se le rompió al aterrizar en la escuela.
—Observa, niña. Cuando pasan unos minutos y no sube nadie,
la barca desaparece, poco a poco.
La vacía barca volaba recto, cada vez más lenta, volviéndose transparente hasta desaparecer por completo, como una pompa de jabón.

                                              Capítulo 14: La colonia de Garklan



Las hadas están irritadas porque no les dejan entrar. Un soldado las vigila de cerca. Al estar de guardia lleva un peto metálico con el escudo de Neuria, además de la lanza y el casco.

El descenso fue coser y cantar pero la entrada a la colonia, no iba a resultar tan fácil para las hadas. En la puerta había soldados. Todos tenían la indumentaria que Mercurita había visto otras veces: El casco en forma de plato invertido y el chaleco de cuero de color ocre con más o menos remaches, unas veces más brillantes y otras oxidados o pavonados. Los más veteranos llevaban cota de mallas cuyas anilladas mangas sobresalían de los chalecos. El color de los cinturones sí era distinto a los de Lamokia porque fueron hechos por otros curtidores. En cambio, los cascos y armaduras las compraron a los mismos mercaderes.
Teiran pasó hacia el interior mientras un oficial hacía esperar a las demás en una vieja tienda de campaña. Casi media hora después, vino de regreso.
—¡Qué desconfiados son! Hasta que no ha venido una profesora y me ha identificado como alumna, no me han dejado pasar. Creo que ésta colonia es de lo más conflictiva.
—¿Qué pintan éstos soldados aquí? Dijo una alumna extrañada por la noticia.
—Este lugar pretende ser una ciudad multicultural. Hay colonos de Neuria y loitinos arrepentidos. Les han ordenado que vivan juntos. Como los conflictos son frecuentes, los soldados deben poner orden.
—Vaya. Sí que lo tienen difícil ¿Y Florenia?
—Tranquila, Mercu. En cuanto pueda vendrá a verte.
—Me está empezando a entrar hambre. Dijo una de las hadas en voz baja.
—Creo que a todas. Exclamó otra.
Como si les hubiera leído el pensamiento, el oficial de guardia les dijo:
—Es hora del almuerzo. Vosotras no habéis comido ¿Verdad?
En el exterior había varias mesas unidas junto a varias sillas desiguales. Dos soldados que se habían quitado los cascos y las armas les sirvieron el almuerzo. Al terminar fueron a ver a la directora, que se hallaba allí de inspección. Se llamaba “Natasa Anfran”. Tenía el pelo corto, moreno. Era alta y tenía cuarenta y tres años de edad. Quedó muy sorprendida al ver a Mercurita
—Dime, pequeña ¿En serio has venido sola desde Lamokia, para ver a tu amiga?
—Por supuesto, aunque admito que también sentía nostalgia por visitar Neuria, la tierra que me vio nacer.
—¿Saben tus padres, que estás aquí?
—Imagino que la directora lo sabe. Antes de irme se lo dije a la profesora de guardia y no me puso ningún impedimento para venir. Mi madre es como si no existiera. Se desentiende de mí, por mandato de mi tirana abuela. Dijo la pequeña hada con tono de tristeza.
La directora del Barrizal miró perpleja al capitán de la guarnición, el alto, gordo y bigotudo, “Andor Baikan” cuya cara rojiza y su presencia ya imponían respeto.
—Siendo de Neuria ¿Por qué no viniste a aprender a “El Barrizal”? Preguntó el militar.
—Me hubiera gustado venir pero el mago Fausto me dio la recomendación para “El Roble Dorado” de Lamokia. Dijo que allí sería gratis para mí.
Natasa se echó a reír.
—¿Fausto? Nosotros tuvimos un profesor de magia, llamado así, al que echamos por ladrón.
—El Fausto que me recomendó, dio clases de magia durante un tiempo en El Roble Dorado. Pero dejó de enseñar y se asoció a un vendedor de cosas raras y objetos mágicos. Creo que se llamaba Fausto Sanwatt.
—¡El mismo! Dijo Natasa.
La rotundidad de la directora la dejó confusa. Ella siempre pensó que Fausto era un mago sabio y justo. Adivinando los pensamientos de la pequeña hada, exclamó:
—Era un ladrón pero tenía talento. Si él dijo que eres una gran hada, seguramente, sea verdad. Bueno, niña, te hago saber que éste es un sitio muy ocupado y que los días de visita son los domingos. Hoy es miércoles. Pero como vienes desde muy lejos y no lo sabías, accedí a dar permiso a tu amiga.
—Muchas gracias por su comprensión.
—De nada, niña. Te aconsejo que pases la noche aquí con tus acompañantes, ya que no os va a dar tiempo a volver de día.
El capitán se acercó a una tienda de campaña. Salieron los dos soldados que les sirvieron la comida. Ambos llevaban un alargado saco.
—Montad una tienda para que duerman las niñas.
Mercurita se puso a ayudarles. El capitán quiso decirle algo, pero la directora lo detuvo. Quería ver si tenía tanta soltura como le contó Teiran.
El hada llamó a sus acompañantes y las situó ordenadamente en las esquinas.
—Descansad, pero ayudadlas si os lo piden. Dijo el capitán a los soldados.
Mercurita coordinaba bien pero se vio en la necesidad de pedir ayuda para levantar la pesada lona.
—Es muy grande para nosotras. Caben por lo menos, cincuenta personas ¿No hay otra más pequeña?
—Sí, pero cuando os vayáis, la usaremos para guardar los barriles de agua, que ya están empezando a estorbar.
En ese momento llegó Florenia. Le resultó increíble ver a su amiga allí.


Florenia, vestida de faena, da la bienvenida a las hadas, y agradece a Mercurita que haya ido a visitarla

—¡Sania! No esperaba verte. Ven, dame un abrazo.
Florenia llevaba una túnica de color ocre que parecía un saco. Esta les contó sus problemas en la colonia. Las alumnas prestaron atención.
—Esto es un caos. Ni los neurios soportan a los loitinos, ni los otros los soportan a ellos. Para colmo los loitinos que hay aquí son de dos tribus rivales. O sea, que el problema es triple.
—Esos problemas se solucionan educándolos ¿No los lleváis a las escuelas? Dijo Mercurita.
—Solo hay para los niños.
—Pero si la convivencia falla, es porque la educación también falla. Por lo tanto, los mayores deberían también ir. Dijo una de las hadas.
—Sí, pero ¿Qué le vamos a hacer?
—Díselo a la directora. Exclamó la traviesa hadita.
El capitán Andor, que se encontraba presente, ordenó a un soldado que fuera a buscarla, ya que juzgó que lo que se estaba hablando era de su incumbencia.
—Dime, Florenia ¿Cómo te fue con los kanguritos?
—¿Eso qué es? Dijo una de las hadas con extrañeza.
—Son unos explosivos muy divertidos, inventados por mí, que le recomendé para que los usara en las fiestas. Le mandé un paquete con ellos.
Al oírla, Andor se acercó a la pequeña hada y le dijo con voz de disgusto:
—¡Así que esos juguetitos fueron obra tuya! Entonces, deberías saber que ésta gentuza los usaron durante las fiestas para lanzárselos a mis hombres.
—Pero…pero si no hacen daño. La explosión no hiere.
—Eso es, lo que tú te crees. A uno le dieron cerca de una oreja y estuvo un rato sin oír nada. Menos mal, que no se quedó sordo. No fue una buena idea mandarlos. Hubo numerosos detenidos. Si ahora mismo lanzaras uno, mis hombres se pondrían muy violentos. Les trae malos recuerdos.
—Eso es como usar un bastón. Normalmente, sirve para ayudar a caminar pero también se puede usar para agredir. Todo depende de las intenciones del que lo use. Dijo Teiran.
—Yo los inventé para hacer ruido y animar el ambiente festivo. Lamento mucho que se usaran con fines violentos.
—Lo sé. Solo quería informarte del mal uso que se hizo con ellos. No se te ocurra mandarnos más.
La directora tomó nota de la sugerencia, preguntándose cuánto costaría una escuela para mayores y si el barón estaría dispuesto a financiarla. La colonia estaba costando mucho dinero y les causaba bastantes disgustos. Florenia dijo que la falta de voluntad y la envidia entre los bandos eran los peores problemas.
—Generalmente, los colonos loitinos son buenos trabajadores, pero no colaboran con los neurios. Estos se quejan por la más mínima tontería. Que si los otros están mejor atendidos, que si tienen mejores herramientas, que si el terreno de ellos es mejor, etc. Y no pocas veces, como protesta, se niegan a trabajar. Así que mis compañeros y yo misma, estamos al borde de un ataque de nervios. Y si perdiéramos la paciencia aún sería peor.
—Por lo que nos cuentas, parece que estáis cuidando a enfermos mentales ¿La magia os sirve de ayuda?
—Pocas veces. Tenemos prohibido usarla, excepto para cosas muy específicas, como ayudar a crecer los árboles o ayudar a alguien que esté enfermo. También nos piden que transformemos las piedras en oro. Eso, lo tenemos prohibido. Se enfadan mucho cuando nos negamos, educadamente, a hacerlo.
Durante unos minutos hubo un extraño silencio que fue interrumpido por una de las niñas.
—Entonces, más que hadas, somos trabajadoras ¿Para eso, estamos estudiando la magia?
—Eso es. Los hechizos solo deben usarse con limitaciones, y cuando de verdad, no haya más remedio. Dijo la directora.
—Siento una gran pena no poder ayudarte...¿Qué digo? ¡Claro, que puedo!
Esas palabras dejaron atónita a la directora. Mercurita se explicó con claridad:
—Natasa ¿Me permites formar parte del equipo de prácticas, aunque sea por un corto tiempo?
—Debes estar bromeando. No eres alumna de mi escuela, no tienes la edad adecuada, ni creo que tu directora te autorice si le pidiéramos permiso.
—Pero ¿No podrías dejarme, aunque solo sea por un par de días de prueba? Después de todo, es nuestra obligación ayudar a los demás. No me sentiría muy contenta conmigo misma si le diera la espalda a éste problema.
—No puedo. Otra cosa ¿En tu escuela no te han enseñado que a las profesoras y mayores, hay que hablarles de usted?
Mercurita, sonrió.
—Lo intentan, ya lo creo. Pero no lo consiguen. Lo siento, no lo puedo evitar. Es la falta de costumbre.
Esas palabras enojaron a la directora pero hicieron sonreír al capitán, que se tuvo que tapar la boca, para no dejarla en mal lugar. Esta miró a Florenia como si quisiera saber su opinión.
—Nos vendría bien que algunas compañeras nos ayudaran ¡Pero que estén realmente preparadas para ello!
—Gracias, Oceania. ¡Vaya, con ésta deslenguada, niña! Al menos, veo que tienes mucha soltura. Lo consultaré con los demás. Espera. Dijo la directora, mientras se introducía en la sala de guardia con el capitán.
Los soldados fueron a buscar a varias personas, seguramente, altos cargos de la escuela para consultar la petición de la hadita. Varias de sus acompañantes se animaron también.
—¡Eh! Nosotras también queremos ayudar. Dijeron seis de ellas, en voz alta.
La asombrada directora dijo que lo tendría en cuenta.
—¿No os animáis? Preguntó Mercurita a las otras.
—No podemos. Dentro de poco, vendrán nuestras familias a visitarnos. Tenemos que regresar a la escuela.
—¿Y tú, Teiran?
—Quiero, pero no puedo. Soy la delegada de mi curso y tengo que llevar de vuelta a las que quieran regresar. Tal vez, venga más tarde. Ya veremos.
Durante la reunión se trató la propuesta de crear una escuela para adultos. De los ocho responsables reunidos, seis lo consideraron necesario. Los otros dos contestaron que era una pérdida de tiempo y de dinero. Con usar la mano dura se podría conseguir el orden y la disciplina.
—Queda aprobada la propuesta, por mayoría. Lo malo es que al barón no le va a hacer gracia. Ya ha invertido mucho dinero en ésta colonia.
Tras esa propuesta se habló de las niñas que querían ayudar. Ese fue un debate muy discutido. Unos, decían que no estaban preparadas. Otros, que aunque no lo estuvieran, debería dejarlas. Después de todo, eran hadas, y lo que iban a hacer las prepararía mejor para su futuro. Florenia dijo que ellos eran tan solo veinticinco y hacían falta más. Finalmente, se decidió admitirlas.
Por último, hablaron de Mercurita ¿Qué hacer con ella? Tenía a su favor, el haber nacido en esa tierra, su amistad con Florenia que le informaba de todo lo que ocurría allí en sus cartas y su gran carisma e iniciativa personal. Los grandes inconvenientes eran dos; su corta edad (cumpliría nueve años en agosto, dentro de un par de meses) y su pertenencia a otra escuela de hadas. No querían tener problemas con la dirección de ese centro.
Florenia no estaba muy segura si su amiga podría soportar la presión de trabajar allí. Su ilusión se desvanecería, bruscamente, cuando se enfrentara a la realidad. Opinaba que debían dejarla crecer. Pero el capitán pensaba de distinta manera, incluso insinuó a Florenia, de ser algo envidiosa a juzgar por el severo tono de sus críticas.
Según el oficial, Mercurita era una gran organizadora. Además, había multitud de trabajos en los que no hacía falta ser mayor para ayudar. Una niña era capaz de llevar un cántaro con agua a los trabajadores, y solo eso, ya era una gran ayuda. Bastaba con poner a cada uno en su sitio y asignarle la tarea adecuada. Tampoco creía que la directora, Casia Danieli, se ofendiera porque una alumna suya ayudara a unos necesitados, tal y como es el deber de un hada. Una simple carta contando lo sucedido, sería suficiente para que diera su conformidad o no.
La propuesta del capitán fue aceptada. Cinco votaron que sí. Dos que no. Hubo también una abstención…de Florenia.
Cuando se dirigían a la salida, ésta que había captado la leve insinuación, le dijo en privado al capitán:
—¿He entendido bien o me ha llamado envidiosa? Mercurita es mi amiga y me ha parecido injusta su acusación.
Andor echó a reír con ironía.
—Sin duda es tu amiga…siempre y cuando, vuestra amistad sea por carta o visitas muy breves. He notado que te sientes incómoda con su presencia.
Florenia no dijo nada pero bajó la cabeza, llena de vergüenza. El capitán parecía tener razón.
Mientras se debatían las propuestas, las hadas se sentaron en el suelo y se pusieron a charlar. Entonces, pasó un hombre de unos veintidós años, vestido con la túnica de color ocre de los voluntarios que ayudaban en la colonia. Tenía un largo pelo negro, intenso, y la piel oscurecida. Al ver a Mercurita se quedó mirándola, fijamente. Hablaba su idioma con un poco de dificultad.
—¡Niña!…¡Tú eres una loitina!
—Pues…casi. Mi padre, al parecer, lo era.
El hombre sonrió amistosamente.
—Claro que sí. Es inútil que lo niegues. Mira el color de tu piel; es como la mía y lo mismo digo de tus rasgos faciales y de tu pelo.
Mercurita se levantó, y se puso a mirar al hombre, de cerca. No le gustaba hablar de sus cosas personales delante de las hadas. Además, estaba prohibido.
—¿No me vas a decir tu nombre? Yo me llamo Arakio.
—Mi nombre de hada es Mercurita. Pero mi nombre real, es Sania Taimoin.
—¿Lo ves? Tu nombre es también loitino. Seguramente, tu padre debió de llamarse, Sanion. En nuestro pueblo hubo un gran guerrero con ese nombre.
—Mi madre nunca me dijo porqué me bautizó así. De mi padre, no quiero saber nada. Para él, la relación con mi madre, fue un simple juego.
Arakio miró comprensivamente a Mercurita y le dio una palmadita en el hombro.
—Lamento si te he traído malos recuerdos. Hay un proverbio loitino que dice: “Nunca odies a una persona, a la que no conoces”. Bueno, pues esto te lo digo, de corazón. No sabes el motivo por el que tu padre os dejó. Es absurdo que le guardes rencor.
Mercurita se quedó pensativa. Arakio siguió hablando.
—Soy un colono pero me enamoré de un hada llamada “Hafria”. Ella aceptó mi amor, a cambio de que ayudara en la colonia. Y por supuesto, accedí.
—Bien hecho, Arakio. Oye ¿Estás seguro de que ese guerrero del que hablas, podría ser mi padre? ¿Dónde está, ahora?
—No sé donde estará. Los loitinos formamos parte de muchas tribus. El pertenece a la de los “erankos”. Pero hace un par de años que perdí el contacto con ellos. Es muy habitual entre nosotros, estar en continuo movimiento. Tal vez por eso, no vino a por tu madre y a por ti. No podía abandonar a su tribu.
—¿Hay alguna forma de saber si fueron los erankos los que atacaron Aikori en el año 2.160?
—Habría que preguntar a los chamanes de las tribus. Bueno, niña, tengo cosas que hacer. Te dejo ¡Ah! A ver si te acercas a la colonia y nos visitas. Estoy seguro de que a muchos loitinos les gustará conocer a la hija de Sanion.
—A ver, si me dejan. Hasta luego.
—Adiós, mucha suerte.


Las recién llegadas, por fin puede entrar

Poco después, les comunicaron que habían sido admitidas. Estarían ayudando hasta el día uno de septiembre, pero la que se sintiera indispuesta o no fuera capaz de seguir; podría irse, siempre y cuando, avisara con veinticuatro horas de antelación. Las hadas gritaron de alegría pero Natasa le dijo a Mercurita:
—Niña, no te hagas ilusiones. No es seguro que vayas a permanecer mucho tiempo aquí. Hemos mandado una carta a tu directora para que decida si te deja o no. Dentro de una semana sabremos la respuesta.
El capitán las llevó a la sala de guardia y les mostró un mapa que colgaba de la pared.
—Memorizad éste plano, lo mejor que podáis. Así conoceréis los lugares donde ir y evitaréis líos y confusiones. Estos triángulos son los puestos de guardia de los centinelas para que los llaméis si hubiera alguna dificultad. Esta raya larga es el curso del agua. Los círculos son los pozos. Tomad nota por si os entra sed. Aquí hace una calor terrible.
Una alumna preguntó por su destino.
—Eso os lo dirán mañana. A las siete y media de la mañana, tenéis que estar aquí. Ya os buscarán. Mucha suerte y gracias por venir.
En cuanto a la carta, se mandó de inmediato. El que la recogió, fue Herdo. El cartero era un hombre afortunado. Era de las pocas personas a las que el sofisticado portero trataba bien. El destinatario de la carta, decía “Para la directora o persona responsable del centro”. Estaba escrita así, para que lo leyera el profesor de guardia y se lo comunicara a Casia, lo más rápido que pudiera. Pero a Herdo le daba lo mimso. La depositó en su sucio bolsillo y siguió con su monótono barrido matinal. Al rato, vino otro cartero. Este era el de la ciudad, que le traía el correo diario. También fue bien recibido ¿Estaba el habitualmente arisco de Herdo, contento ese día? ¿Le caían bien los carteros? ¿O es que al ser verano estaba más relajado?
El caso es que puso la carta destinada a la directora, junto a la de los otros alumnos y profesores. Tras terminar su labor, se puso a beber y se quedó dormido a la sombra de un árbol del cercano bosque. Dos horas después, se despertó. Entonces, tuvo un mal presagio ¡Las cartas! ¿Las habría perdido? ¡Ah, no! Siguen en su sucio bolsillo. Todo fue un mal sueño. Se levantó y las puso en el buzón de entrada para que las viera la profesora de guardia. Pero la destinada a la directora, no. Aún recuerda Herdo, aquel día que le entregó una carta, con el sobre un poco rasgado ¡Buena le armó! Pretendía que la había abierto para curiosear. Como si ella no supiera que a él le importaban un bledo los asuntos de los “miserables mortales”.
Él, el gran Herdo, solo estaba interesado en sus cosas. De todas formas para evitar problemas, introdujo la carta por debajo de la puerta del despacho de Casia. Pero ¡Vaya! Sin quererlo, la había ensuciado al arrastrarla. Bueno ¿Qué más da? ¡Que se aguante! Bastante ha hecho él con subir los treinta y ocho escalones que separan el despacho de la directora de la planta baja. Nadie le va a dar una propinita por ello. Vamos, ni siquiera, las gracias. Son las diecisiete horas y doce minutos. Se escucha a un caballo galopar. Eso le pone de mal humor. Sabe muy bien, que es Fando. Esta vez, viene con su hijo de trece años. Cuando dan las vacaciones se pasea a caballo y de camino se acerca a la escuela para ver si todo va bien. Por fortuna, solo lo hace una vez o dos a la semana. Rara vez, tres.
Qué distinto se ve a Fando, montado a caballo, con pantalones y ropa de cuero de vivos colores, en vez de esa larga túnica blanca; que casi barre el suelo, con filos verde oscuro, que lleva puesta cuando está dando clases.
—Hola, Herdo ¿Qué tal el día?
—Tranquilo, como siempre, en verano.
El administrador le pide que abra la puerta, a la vez que desmonta. Su hijo agarra la correa del animal y lo ata en la cancela mientras su padre entra. Quiere asegurarse por sí mismo, que no ha ocurrido nada de interés. Para ello va a ver a la profesora o profesor de guardia, que habitualmente, está en la biblioteca.
Veinte minutos más tarde, se dirige al portero, y le dice con seriedad:
—Se le ha olvidado limpiar los asientos que hay junto a los columpios del patio de las niñas.
—Pero si los limpié ésta mañana, muy temprano.
—Pues ya lo ve, se han vuelto a ensuciar. Acostúmbrese a que aunque estamos de vacaciones, aún hay internos, que lo ensucian todo. No se le olvide.
El portero, enfadado, coge la escoba ¡Siempre lo mismo! Raro es cuando viene de visita y no encuentra alguna cosa mal. Lo peor de todo, es que es muy capaz de venir al día siguiente, y decirle con malos modales:
“Herdo, ayer le dije que limpiara esto ¿Por qué no lo hizo?“
Así que, cuanto antes empiece, antes termina. Se le ocurre, que podría poner un cartel, prohibiendo a las niñas ensuciar el suelo. Pero las muy patosas son capaces de romperlo en mil pedazos y volvería a estar sucio. De hecho, ya sucedió eso mismo, hacía poco. Tiene fuertes sospechas de que fue Mercurita. Por cierto ¿Dónde se habrá metido? Lo último que supo, fue que a finales de junio, le dijo a la profesora de guardia; “Voy a estar unos días fuera, visitando a una amiga de El Barrizal y en Neuria. Confío en regresar, antes de empezar las clases”. A lo que la profesora de guardia contestó: “Muy bien” y anotó el suceso en el diario de la escuela para que los profesores que vinieran, estuviesen informados.
En realidad, Herdo está muy tranquilo sin ella. Aún no se cree la suerte que tiene. Pero se pone de mal humor al recordar que la muy gamberra le rompió la escoba ¡Qué lástima, no haberla podido coger y darle un par de guantazos, como era su intención! Pero ella corría más y el inoportuno administrador se entrometió.
Por fortuna, le dio dinero para comprar otra, aunque se quedó con las ganas de darle su merecido a esa mocosa. Entonces, tuvo una genial idea. Cogió la vieja escoba, la ató y unió con unas puntillas. Le puso un trozo de tela encima del remiendo y ¡Voila! La vieja escoba parece otra…o eso cree él. Así que el dinero que le dio Fando o mejor dicho; el colegio, lo gastó en una tarde, bebiendo vino en la taberna. Dicho sea de paso, el tabernero es otro de los “mortales” al que el “genial” Herdo trata con consideración.


Mercurita regando las plantas

En la colonia, la tarea que le encargaron a Mercurita, era de lo más curiosa. Tenía que ir a una gran extensión de terreno cultivado, coger una regadera y remojar una superficie aproximada de 2x2 metros, luego coger la varita y decir el hechizo “Germinar” una y otra vez hasta llegar al término del terreno. Llevaba una semana con ese trabajo. En apariencia, la tarea no tenía mucha complicación. Aunque el hechizo “Germinar” no consumía mucha energía mágica, la monotonía y el calor, irritaban a la pequeña hada. Pese a que la directora le había dicho que descansara cada vez que fuera necesario, ella intentaba hacer su trabajo, lo más rápidamente posible.


La hadita se pregunta si no se volvió loca al presentarse para ayudar. Mira a su alrededor, y ve que hay mucho trabajo por hacer

Fatigada, miró a su alrededor. Junto a ella, estaba la carretilla con un depósito metálico de agua y una regadera. Le costaba trabajo avanzar en el terreno fangoso. A su alrededor, solo había una gran extensión de hierba y tierra, que se extendía hasta muy lejos. Las casas parecían de juguete y los seres vivos más cercanos, eran los soldados que montaban guardia, situados a por lo menos trescientos metros de ella. Era desesperante. Se preguntaba, si se había vuelto loca o borracha, al pedir que la dejaran ayudar. En su interior deseaba que la directora pidiera que se marchara de allí. Así no quedaría en mal lugar y se iría, teóricamente, contra su voluntad. Pero su orgullo la obligaba a desechar tales ideas. Ella era un hada y estaba para ayudar. Se trataba de una rabieta, causada por el cansancio y la monotonía. Confiaba en que una vez terminase de regar esa parcela de terreno, le mandaran otra cosa distinta.
Entonces, escuchó a lo lejos, un sonido. Eran tres toques de trompeta. El lejano soldado que estaba de guardia se puso a gritar mientras gesticulaba con una mano. Con la otra, señalaba hacia la boca.
—¡Eh! ¡Eh! ¡Vámonos a comer!
Por suerte era verano y no se trabajaba por la tarde. Hacía demasiada calor para eso.


Tras un día agotador, las hadas se toman un respiro

Alrededor de la mesa se sentaron las hadas. Todas vestían las túnicas ocres, incluida Mercurita. No muy lejos de ellas, los soldados de guardia, se sentaron también. Una de las hadas llamada “Luna Rosa” estaba al borde de un ataque de nervios.
—Menuda panda de holgazanes. Me tocó dirigir el trabajo de una cuadrilla de ocho obreros; cuatro loitinos y cuatro neurios. Tenían que cavar un pozo de 1,80 metros de ancho por 2,20 de largo a una profundidad de tres metros. Bueno, pues los problemas empezaron, de inmediato. Los loitinos no hablaban mi idioma pero por señas me dijeron que sus herramientas estaban más deterioradas que las de los neurios. Yo no encontré muchas diferencias. Tras acabar de cavar el largo, ordené un descanso. Un neurio se quejó de que a ellos les había tocado la parte más dura, que era cavar el agujero.
Me puse a medir, y descubrí que no tenía las medidas exactas. En vez de 2,20 metros de largo, tenía tan solo 2,07. Así que les dije, que debían seguir cavando el largo. Se pusieron a protestar, me insultaron y ofendieron a sus compañeros loitinos. Menos mal, que un centinela se dio cuenta de lo que sucedía, y puso orden.
—Me pregunto si la dirección de ese tipo de trabajos no son específicos para los hombres. A base de mano dura, habrían puesto firmes a esos haraganes. Dijo una tal “Peliandra”.
—No. Eso es, precisamente, lo que hay no hay que hacer. Ya hemos tenido varias rebeliones por el exceso de brutalidad. Las hadas estamos para evitar eso, aunque no hay que descartar algún susto puntual. De momento, vamos bien. Hay que tener paciencia. Dijo la directora.
—¡Te cambio el puesto! Yo me encargo de esos gandules y tú te quedas, regando. Así estarás más tranquila. Dijo Mercurita, señalando el terreno que le asignaron. Todas se echaron a reír. La hadita, insistía.
—Lo digo en serio ¿Eh?
—No creo que me dejen. Ojalá pudiera. Dijo Luna Rosa.
—¿Has oído? ¡Acepta! ¿Hacemos el cambio, Natasa?
—No. Eres muy niña aún para dar órdenes a unos obreros. Además, no creo que entiendas mucho de albañilería.
Mercurita puso cara de asombro.
—¿Qué no? Si la cosa solo consiste en coger el metro y medir, eso lo sé hacer yo. Y también me considero capaz de ponerlos a trabajar.
Una vez más, se oyeron las risas. La directora denegó de nuevo la petición de Mercurita.
—No puede ser. Pronto te verías abrumada, soportando la mala lengua de los hombres y sus bruscos modales. Perderías los nervios y echarías a llorar.
—No soy tan blandita como crees. Además, prefiero tener cerca a alguien con quien pelearme, a soportar esa maldita rutina ¡Me desespera!
—¿Por qué tengo que pensar, que no eres blandita?
—Bueno....Cuando me castigan en la escuela, los sábados, suelo tener peleas y discusiones con mis compañeros, los hados, que se las dan de perfectos y se burlan de las niñas. Algunos ya se han llevado algún que otro guantazo, arañazo o mordisco mío...y lo que les queda por llevarse, hasta que cambien.
Las hadas echaron a reír, a carcajadas.
—Así que eres una alumna conflictiva ¿Eh? ¡Vaya, vaya! A pesar de tu experiencia, la respuesta sigue siendo, que no. Darle una lección a unos niñatos repelentes, no es lo mismo, que poner en cintura a unos trabajadores adultos.
—Gracias por intentarlo, Mercu. Al menos, me consuela saber, que hay alguien que se cambiaría por mí. Dijo Luna Rosa más aliviada mientras le daba un abrazo.
Mercurita se encontraba muy a gusto entre aquellas mujeres. Parecía confirmarse que se llevaba mejor con las que tenían entre doce y quince años, que con las de su edad. Hablando de sus anécdotas, contó el problema que tuvo con el recaudador, cuando fue a vender ropa en el mercadillo de los domingos.
—Cuidadito con esa gentuza, Mercu. Lo que tus compañeros tenían que haber hecho, era haberles dado toda la mercancía desde el primer momento pero sin ir moverse de allí. Dijo la directora.
—Yo creo que no. Eso les habría vuelto más gallitos. Opino que Mercurita hizo bien, plantando cara. Dijo “Rosaleda”.
—Esa clase de tipos están acostumbrados a todo. Un par de perchazos no son suficientes como para echarlos atrás. Tenían que haber hecho lo que acabo de decir. No perdían gran cosa, porque era mercancía regalada. Bastaba con pedir de nuevo y seguir vendiendo. No lo hicieron y ¿Qué pasó? Siguieron con sus presiones y tras asustar a sus amigas se quedaron con todo.
—Pero si hubiéramos hecho lo que dices, nos habrían robado más veces.
—No. Esa clase de bandas están muy organizadas. Ellos saben que si le hacen la vida imposible a su víctima, ésta acabará por llamar a La Guardia, dejar el negocio o contratar a algunos guardaespaldas. Y eso es, precisamente, lo que quieren evitar.
—¿Sabe si vendrá Teiran? Preguntó Luna Rosa.
—Creo que sí. Por cierto, Mercu. Tu directora no ha contestado a la carta que le escribí ¿Tienes idea de por qué?
—Pues, no. Lo que sí sé, es que no acostumbra a ir de visita a la escuela, durante el verano. Creo que se va junto a su familia, a una ciudad que está cerca del mar. De todas formas hay profesores de guardia. Fando, el administrador, vive cerca, y suele ir por allí para asegurarse que todo marcha bien.
—El mensajero dice que le entregó la carta al portero. Un tal, Herdo ¿Te suena ese nombre?
Mercurita se echó a reír.
—Claro que me suena. Entonces, lo más seguro, es que la carta esté en una papelera. A ese, le importa un comino todo lo que no tenga que ver con él.
La cara de sorpresa de Natasa era todo un poema.
En el comedor, a Luna Rosa se le escapó que Teiran se llevaba mal con Florenia en las clases. Al ver a Mercurita, que entraba en ese momento, se interrumpió. Esta quiso saber más. La alumna accedió.
—Bueno, Mercu, a estas alturas creo que ya conoces a Teiran.
Es un poco pesada con las bromas. Durante un tiempo se puso a molestar a Florenia. Esta acabó por quejarse. Teiran estuvo a punto de ser expulsada y desde entonces, hacen lo posible por evitarse. Eso no evita que Teiran le suelte alguna “indirecta” de vez en cuando para irritarla.
—No me esperaba eso, pero para ser sinceras, Teiran no tiene porqué ir molestando a las demás.
—Eso es cierto, pero te informo que tu amiga no cae bien en la escuela. Al principio era tímida e indecisa, sin embargo, no se priva de hablar mal de las demás a sus espaldas y hace lo posible por aprobar, llevándose bien con los profesores. Pero por fortuna, no engaña a nadie. Sus facultades mágicas dejan mucho que desear. Esto que te he dicho, que quede entre las hadas que estamos en esta sala ¿Vale?
—De acuerdo. Guardaré el secreto. No es mi intención que tengas un conflicto con Florenia o Teiran. Imaginaba que Florenia era torpe, ya que cuando la vi practicando con la varita en su casa, ponía poca voluntad. Pero no imaginaba que pretendiera pasar de curso, a base de hacerle la pelota al profesorado.
Las tres hadas que estaban con Luna Rosa se comprometieron también a callar. La traviesa hada pensó que la descripción que le hacían de Florenia era muy parecida a la de Senya, la delegada de su clase.
Al salir del comedor, Mercurita vio que era el centro de atención de los loitinos. Muchos de ellos vestían unos coloridos ponchos, tan típicos en su cultura Estos la miraban, detenidamente. No entendía lo que hablaban, pero le pareció que pronunciaban el nombre de su padre. Arakio pasó cerca de ella.
—Como puedes ver, eres muy popular.
—Arakio no me gusta ésta situación. No he hecho nada digno de ser destacado y ya me miran como si fuera una “elegida de los dioses” o algo así. Semejantes personajillos son unos ineptos, que por el solo hecho de ser hijos de D. Fulano de Tal o porque algún farsante ha visto una señal divina en alguna parte de su cuerpo, ya no tienen que hacer nada en la vida, porque es su destino ser los mejores, y les perdonan sus muchos deslices y tropiezos.
—Estás en lo cierto, pero si supieras el gran guerrero que fue Sanion, te sentirías orgullosa de ser su hija.
—De eso, todavía no hay nada seguro. Por favor, no hay que adelantar acontecimientos. Además, habría preferido que mi padre fuera un diplomático, en vez de un guerrero.

                                                  Capítulo 15: Una mala amistad
                           

Discusión entre Mercurita y Florenia
                                       

La directora de El Barrizal estaba en un dilema. Vista la incompetencia de Herdo, escribió otra carta para la directora. Esta vez, tuvo la precaución de decirle al mensajero, que se la entregara al profesor de guardia, en propia mano, y desconfiara de los servicios del portero.
—Buenos días ¿Me deja pasar?
—Buenas. Dígame lo que quiere. Dijo Herdo.
—Tengo que entregarle ésta carta urgente al profesor que se encuentra de guardia en la escuela.
—No se preocupe por eso, yo se la daré.
—Pero es que me tiene que firmar un papel, que acredite que la ha recibido.
—No importa, yo lo firmaré.
El mensajero le corrige, diplomáticamente, eso no evita que el portero se ofenda.
—Disculpe, pero las cosas no son así de fáciles. Tiene que firmarlo el profesor, en persona.
—¿A qué viene esa desconfianza, chaval? ¡Yo también sé leer y escribir aunque no te lo creas!
—No es eso. La cuestión es que solo puede firmarlo el destinatario al que está dirigida la carta.
—¡Y dale! ¿No te he dicho ya, que lo haré, yo? Así que, deja de chulearme o ya te puedes ir.
—No le estoy chuleando, pero ya que se pone así, me voy.
—¡Hala, vete ya y deja de molestar!
El mensajero se fue, y se dispuso a cumplir el encargo que le dieron, en el caso de que Herdo no colaborara: buscar a Fando.
Sabía que debía vivir cerca de allí, pero no tenía ni idea, dónde estaba su casa. Al ser el administrador de la escuela, existía la posibilidad de que fuera muy conocido. Así que, se puso a preguntar. Pero era más fácil decirlo, que hacerlo. Su nombre no les sonaba a las personas con las que se encontró. Como estaba escaso de tiempo, no tuvo más remedio que volver a la escuela y convencer a Herdo de la necesidad de entregar la carta a su destinatario.
—¡Herdo. Oiga, acérquese!
Pero el portero no le hizo caso. El mensajero volvió a hablarle, ésta vez, en tono amable.
—¡Por favor, tenga la bondad de escucharme! ¡Es urgente!
—¡Vuela! Dijo Herdo, mientras le tiraba una piedra.
El pobre mensajero subió a su caballo, con cara de angustia. Apenas dio unos pasos, cuando una voz le llamó.
—Buen hombre ¿He oído mal o tiene usted que entregar un mensaje urgente en la escuela?
—Sí, así es. Debo dárselo a la directora del colegio.
—Me temo, que no podrá ser. Está de vacaciones.
—Entonces, al profesor de guardia. Pero debo entregárselo en mano. El portero no me deja entrar.
—No se preocupe. Yo iré con usted.
—Es muy testarudo. Le invito a una cerveza, si consigue que me deje pasar.
El portero estaba tumbado en su hamaca, pensando que había conseguido librarse del maleducado mensajero ¿Qué se habría creído? ¿Desconfiar de él? Pues no, señor, no lo va a dejar pasar. Que aprenda a ser más confiado, la próxima vez. Entonces, escuchó un fuerte golpeteo en la puerta de entrada.
—¡Abra! Soy yo. Tengo que entrar.
—¿Otra vez, molestando? Te dije que te fueras.
Herdo se agachó para coger una piedra, y lanzársela. Cuando levantó la cabeza, se quedó inmóvil.
—¿A qué espera? Abra, ahora mismo. Este caballero me ha dicho, que no le ha dejado pasar.
—Sí, desde luego. Ha sido un error. Lo siento.
La puerta chirrió. El hombre esbozó una sonrisa.
—Cuando entregue el mensaje, iremos a la taberna. Me debe una cerveza.
—Por supuesto. Es lo acordado.
Ese hombre era Fando.
Cuando el profesor de guardia leyó el mensaje, se lo entregó al administrador. Este, sonrió con ironía, al leerlo.
—¡Ah! ¡Esta niña es el mismísimo demonio! Como aquí ya está muy vista, ha decidido promocionar sus travesuras en la región donde nació. Por mí parte, puede seguir allí, pero desconozco lo que pueda opinar la directora. Ella es muy protocolaria y tal vez no le guste eso.
Al seguir leyendo, se ofendió.
—¡Herdo! Así que, recibiste hace casi tres semanas, una carta urgente y no nos informaste ¿Dónde está?
—En…el despacho de la directora. Debajo de la puerta.
—¡Eres un inútil! No se puede confiar en ti.
—Oiga, no se ofenda. Le puede pasar a cualquiera. Después de todo, estamos en vacaciones.
—¡Tú, siempre estás de vacaciones!
Cuando Fando le hablaba de “tú” a Herdo; era porque estaba, realmente enfadado. El profesor de guardia, Hanto Deso, era también partidario de dejar a Mercurita donde estaba.
—Allí, está ayudando a los demás. Aquí, se aburrirá, y le faltará tiempo para hacer travesuras.
—Sí, pero son cuestiones de protocolo. Ya sabe, rivalidad entre escuelas. Le escribiré una carta a su casa, y a ver qué nos dice. Yo vendré por aquí, todas las mañanas, por si se supiera algo. Escriba éste suceso en el libro de guardia para que lo sepan los profesores que vengan...¡Y tenga la bondad de estar atento a lo que suceda, Herdo!
—Descuide, puede confiar en mí.
Mercurita no paraba de soportar reproches de Florenia, que inspeccionaba las labores para asegurarse de que todo iba bien. Siempre acababa, encontrando algún fallo. A la traviesa hada no le molestaba que la llamara por su nombre mágico, pero echaba de menos que la llamase por su nombre real, Sania, como solía hacer antes.
“Mercurita le estás echando poca agua”. “Mercurita, espabila, que hoy vas muy lenta”. “Mercurita, llevas demasiado tiempo descansando. Mercurita, eso no está bien”, etc.
Pero la gota que colmó el vaso de su paciencia fue una noticia que le dio Teiran. La llevó a solas y habló con ella.
—Esa amiga tuya no lo es tanto, como te crees. Ayer, mientras estabas trabajando, se puso a burlarse de ti y a decir que tu madre era una esclava de la suya, ya que trabajó en su casa por poco dinero, y que tú estás haciendo lo mismo pero voluntariamente y sin cobrar nada. Si no me crees, pregúntale a mis compañeras supervisoras.
Mercurita estaba furiosa.
—En realidad, me lo esperaba. Cada vez está más claro, que me tiene envidia. Además, no está permitido hablar de asuntos privados; y menos aún, con intención de calumniar.
A la hora de comer, Florenia se cruzó con Mercurita. La pequeña hada le dijo, severamente:
—He sido más tonta que un cerdo comiendo jamón, por creer en tu amistad. Algunas compañeras me han contado, que vas diciendo que mi madre era una esclava tuya ¡No! Mi madre es una buena trabajadora que hacía los deberes de la casa, que te correspondían hacer a ti. Pero como eres tan inepta, tu madre la llamó a ella y te dio por imposible ¡Ahora, entérate bien! De tus mil amigas, te quedan 999 porque con mi amistad no vuelvas a contar, nunca más.
Mercurita dio la vuelta, con lágrimas en los ojos, dejando a Florenia, con el rostro blanco, como la nieve. No se atrevió a replicar. En ese momento, pasó la directora, que se había enterado de la discusión.
Natasa, la directora, explicó a Mercurita que las calumnias de Florenia eran motivo para expulsarla. La pequeña hada le pidió que no lo hiciera.
—Supongo que la ruptura con tu amiga, no disminuirá el aprecio que nos tienes ¿Verdad? Dijo Teiran.
—En absoluto. Sería muy tonta, si lo hiciera. Aquí hay muy buenas hadas y excelentes personas. Si pudiera venir el verano que viene, lo haré. Me gustaría trabajar con vosotras otra vez.
—Nos encantará recibirte pero la mayoría ya no estaremos aquí, excepto las pocas que están unidas a la colonia.
—¿Y eso, por qué?
—Porque no conviene que una estudiante de hada esté mucho tiempo en el mismo sitio, realizando las mismas labores. Tiene que hacer de todo un poco para coger experiencia y saber cuál es su especialidad.
—Comprendo ¿Y quienes crees, que se quedarían aquí?
—Por ejemplo, Arakio y Hafria. Están muy enamorados. Si la trasladara a ella a otro lugar, les estropearía la vida. Es mejor dejarla aquí, con su novio. Además, Arakio es un colono. Dijo la directora.
—Ojalá tengan suerte. Las relaciones amorosas de las hadas fracasan, estrepitosamente, por culpa de los celos y egoísmos laborales. Dijo Teiran.
—¿Perdonarás alguna vez a Florenia, el daño que te hizo? Dijo Peliandra.
Mercurita no era muy optimista.
—Me gustaría pensar que sus comentarios fueron hechos en un momento de mal humor; pero antes, ya me reprochaba hasta el más mínimo fallo. Eso es envidia. Bueno, puede que lo haga, pero seguro que le guardaré la distancia. Es aún, muy pronto, para saber lo que haré.
—Parece que los envidiosos, son en su mayoría, unos ineptos que ante la imposibilidad por igualarse o superar a la persona envidiada, intentan dejarla en mal lugar o desprestigiarla. Dijo Teiran.
—Preferiría que me buscaras otra supervisora, porque después de lo ocurrido no soportaría los reproches de Florenia.
—Aquí la tienes. Dijo Natasa, señalando a Teiran.
Esta, sonrió.
—Te trataré con mano dura. Pero no por envidia, sino para que trabajes más aún.
La directora les hizo una pregunta.
—¿Qué os parecen los soldados? ¿Se portan bien?
—Yo creo que sí. Dijo la delegada.
—Admito que los primeros días me parecieron unos chulitos prepotentes; pero cuando los veo sentados, charlando, contando sus problemas y fanfarroneando sobre sus amores, pienso que son personas normales que hacen su trabajo lo mejor que pueden e incluso te ayudan. Son buenos chicos. Dijo Mercurita.
Pero tres días después, no le parecieron tan buenos. Habían reunido a varios colonos revoltosos. Eran neurios. Los guardias estaban serios y portaban porras y escudos. El capitán les habló con severidad.
—Sabéis, que tenéis que ir a la escuela. Sois muy patosos y hay que educaros, ya que no tenéis respeto a los loitinos. Debéis aprender un mínimo de comportamiento cívico.
—A la escuela ya van nuestros hijos. Mi padre nunca fue. Tampoco mi madre, ni mis hermanos. No veo por qué tenemos que ir nosotros. Dijo el cabecilla.
Arakio que estaba cerca, pidió permiso al capitán, para intervenir en la conversación.
—Adelante, háblales. Dijo, sin entusiasmo, como si supiera que no serviría de nada.
—No sintáis vergüenza por ir a la escuela. Yo soy un loitino. Cuando me capturaron, hace cuatro años, hice lo imposible por intentar escapar. Poco después, me llevaron a un centro donde aprendí a apreciar a la gente y a culturizarme. Las hadas nos ayudan mucho. Están aquí para eso.
Hubo un respetuoso silencio. El cabecilla habló de nuevo.
—Sí, pero tú eras joven, y tenías mucha vida por conocer. Yo considero que aprendí todo lo que tenía que aprender; nadie me quitará eso de la cabeza.
—No, no. Estás equivocado. En la escuela había gente de todas las edades. Salieron de allí, tan contentos como salí yo.
—Eso se debe a que eran unos salvajes como tú.
El capitán lo interrumpió, enfadado.
—¡Más respeto, Handron, o tendré que tomar medidas!
El tal Handron le habló a los suyos.
—¿Lo veis? Nos han tomado por unos salvajes. Eso es lo que son todos los loitinos. Estos militares nos amenazan, por no querer mezclarnos con la chusma ¿Hay derecho a ese trato?
El capitán hizo un gesto, seguramente para ordenar su castigo, pero Arakio le interrumpió.
—Handron. Eso que dices, es un punto más a mi favor. Si vas a la escuela, conocerás a muchos loitinos y verás que no lo somos. Eso, son solo, habladurías.
El cabecilla se echó a reír, a carcajadas.
—¡Ja, ja, ja! Dices que no sois unos salvajes, y también, que haremos muchos amigos. Antes dijiste, que las hadas nos ayudan. Entérate, bien. El loitino bueno es el loitino muerto. En cuanto a esas niñas ¡Bah! ¡Menuda ayuda! Se cansan, enseguida, y trabajan de mala gana. Parece que a esas pobres chicas, sus madres las mandan aquí, porque no tienen nada que hacer o para ver si les sale un novio colono al que arrebatarle sus tierras, como te pasó a ti, pedazo de tonto.
Arakio se quedó, mudo de asombro. En verdad no esperaba una respuesta tan malvada. El capitán perdió la paciencia.
—Te he dado la oportunidad de hablarle a éste hombre. Pero es inútil razonar con él. Es muy hábil, calumniando y buscando las cosquillas a los demás. Ahora, me toca actuar a mí ¡Vosotros tres! Sujetad a éste miserable, y atadlo a ese árbol. Acaba de ganarse, cincuenta latigazos.
Los tres hombres arrastraron por la fuerza al rebelde Handron. Este se puso a gritar y dar patadas. Arakio se alejó, lleno de tristeza, mientras Mercurita avanzaba insegura, queriendo hacer algo, pero sin saber qué. Teiran la detuvo.
—Ni se te ocurra meterte.
—Pero…lo van a azotar.
—El se lo ha buscado. Ya lo has oído. Está loco.
—Sí, pero su castigo podría enfurecer a los demás.
—Eso creo, pero ¿Qué le vamos a hacer? Suspiró Teiran.
Mercurita estaba cada vez más convencida de que los neurios eran unos “señoritos” que lo querían tener todo a la mano. En cambio, los loitinos ponían sincera voluntad en hacer las cosas bien hechas. Arakio era de gran ayuda en ese sentido. Mercurita fue a ver a la directora.
—¿Está autorizado el capitán, para azotar a un ciudadano de Neuria, delante de todo el mundo?
—¡Sí, la tiene! Esos neurios son bandidos y delincuentes, sacados de la cárcel, para habitar éstas tierras con sus familias.
—¡Una colonia de prisioneros y bandidos! No lo sabía. Pero ¿Por qué no han mandado a gente pobre y necesitada?
—Porque ésta colonia se halla en fase de pruebas. Si resulta la cosa, en el futuro se hará lo que tú dices. Estamos muy cerca de la frontera. Si las tribus loitinas nos asaltaran, lo harían a bandidos y prisioneros, no a ciudadanos de pleno derecho. Esos son los planes de nuestro querido barón. Dijo Natasa con ironía.
Al cruzarse con Arakio, aún estaba triste. Mercurita quiso consolarlo.
—No le hagas caso a ese loco patoso. Los neurios tampoco lo aprecian mucho.
—Lo sé. No estoy triste por lo que ha dicho de mi novia, sino por la poca voluntad que veo de llevarse bien con nuestros hermanos los loitinos.
—Yo no soy partidaria de la violencia, pero al ver a ese loco insultar sin razonar, creo que se merece los cincuenta latigazos que se ha llevado.
—No opino igual. Ese hombre necesita ver a un médico o a alguien que le sepa curar su manía persecutoria. No me opuse a la decisión del capitán, para no crear un tumulto.
—Me temo que no tenemos médicos de esa clase, aquí.
—Y si los hubiera, no aceptará ser atendido por uno.
En la otra escuela, Fando, iba un día tras otro para ver si había novedades. En su carta a la directora, le rogaba que le informara de la decisión que tomaría, para saber lo que debía de hacerse. A Herdo lo tenía harto. Le preguntaba una y otra vez, si no había recibido ninguna carta de ella. Este, juraba hasta el infinito, que no había recibido ninguna.
Fando decidió tomarse la vida con calma. Después de todo, apenas hacía una semana que mandó el mensaje.
Como de costumbre, Mercurita volvió a su trabajo. No la habian dejado que se cambiara de puesto.
—Hay que seguir. No podemos permitir que las plantas se estropeen. Le dijo el día anterior, Natasa, la directora.
No muy contenta, pero al menos más mentalizada de la importancia de su labor, siguió con lo suyo. Su nueva jefa, Teiran, le metía prisa. Esta era más pesada aún, que Florenia. La anterior le soltaba los reproches, y al poco tiempo, se iba. Pero Teiran no la dejaba respirar. Unas veces, en serio, y otras, de broma, no se privó de molestar a Mercurita.


Teiran parece descontenta con Mercurita

—Vamos, vamos. Deja de mirarme y sigue a lo tuyo.
—¿Quieres dejarme en paz? Florenia no era tan quisquillosa como tú.
—Esa era muy indisciplinada y te aborrecía. Yo, te aprecio mucho y te trato con cariño.
—¡Al diablo tu cariño! Dijo Mercurita, irritada.
—¡Ja, ja, ja! Lo siento, eso es lo que hay.
La pequeña hada se sentó encima de la carretilla. El cansancio la obligó a tomarse un respiro.
—Hace unos días, dijiste que querías tener cerca a alguien con quien pelearte ¿Ya no opinas igual? ¡Venga, aquí me tienes!


Por suerte, solo estaba bromeando

—¡Basta ya, pesada! Eres capaz de resucitar a un muerto, solo con insultarlo.
Pero Teiran no se ofendía por las palabras de Mercurita. Al contrario, le hacían mucha gracia. Viendo que tardaba en levantarse, cogió la regadera y se puso a dar ejemplo.
—Mira, como se hace ¿Ves? Soy más rápida que tú.
—Sí, claro, pero también eres más mayor. Anda, déjame seguir. Por ciento ¿Qué pasó con Florenia? Desde que me peleé con ella, no la he vuelto a ver.
—Se ha ido a su casa. No eras la única a la que trataba mal. Pero parecer ser que fue tu ruptura lo que la animó a tomarse unas vacaciones. Creo que ha echado la solicitud para formar parte de otra colonia que está en proyecto. Pero me parece que la directora va a escribir en contra de su admisión en cualquier otra colonia de Neuria. Ha llegado a la conclusión de que no sirve para supervisora.
—Yo no le deseo nada malo, pero no quiero seguir siendo amiga suya. Por supuesto, no volveré a escribirla más. Tal vez, recupere su amistad, por respeto a su padre o a su hermana Melitta, a la que tengo en gran estima. Pero si la menciono en mis cartas, lo haré solo, para guardar las apariencias.
—Florenia es la típica “mosquita muerta”, que cuando le entregas un puesto de responsabilidad, se cree la reina del mundo. Bueno, niña, voy a seguir inspeccionando. No pierdas el ritmo o me enfadaré. Hasta luego.
Teiran se alejó, volando. La hadita se puso a buscar al lejano centinela con la mirada. Si lo veía sentado en el suelo con otro compañero, es porque era la hora del bocadillo. Ella estaba demasiado lejos, como para escuchar el toque de corneta con claridad. Al norte, situado a su derecha, podía verse el blanco río Cristal, tan deslumbrante cuando amanece. A lo lejos, Terian se alejaba, volando, en busca de otra hada trabajadora, para guiarla en sus funciones. La traviesa hada, al verla descender, calculó que la más cercana se encontraba, al menos, a un kilómetro de ella. Ella hubiese deseado cambiar impresiones con alguna, y tomarse el bocadillo juntas. Pero debido a la distancia tuvo que desistir.

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